domingo, 22 de febrero de 2009

Manera esperada para que me descubran, amen, tomen y recuerden... a modo de solicitud formal.

Qué es lo que quiero.
Cómo quiero que me vean,
que me recuerden y que me amen...
En otras palabras, cómo quiero que me descubran.


Siempre me había apasionado la escultura, pero en especial el cómo se llegaba a dar con la forma deseada, recreada o, en ocasiones, plagiada. ¡Simple!, la forma ya existía. Recuerden a Miguel Angel cuando acepta el reto de formatear a ese mastodonte de mármol, que recorría el espacio doce metros hacia el cenit y dos en dirección al horizonte. Todos fallaron al intentar dar forma sin conocer la médula de la piedra, que por años hablaba desde el interior con el fin de descubrir a alguien que la destapase de aquellas cortezas frías y blancas. Esta mostraba los fallidos intentos de los faltos de paciencia, de aquellos que en el bruto intento de reconocer el misterio, se habían aventurado sin tratar de comprender la naturaleza del objeto. Estos, cansados por lo dura experiencia, simplemente la habían abandonado por bloques más maleables, menos complejos o que simplemente por convención estética y social eran más fructíferos. Sin embargo, bastó la sabiduría y paciencia del genio que reconociese que la belleza intrínseca de la piedra le mostraba los trazos a seguir y lentamente la desvistió para ver nacer la "verdadera razón de ser" del bloque.

Un milenio atrás, más lejos aún, en las tierras regadas por el Río Amarillo, un hombre hablaba con su discípulo. Le preocupaba la ligereza de su entrenado para intentar llegar a develar el sentido real de la existencia. Confucio, un poco cansado de las constantes fallas de su joven aprendiz y denotando que la única vía era develar lo complejo a través de la sencillez de las formas, se esmeró en concentrar la atención del joven en un bloque de piedra, demasiado tosco como para lograr inspirar la menor gota de sutileza. Pidió al muchacho que buscara la razón de ser de ese objeto grotescamente magnánimo. Luego de semanas nuestro aprendiz le presentó un enorme número de bosquejos, en donde con medida exacta, se presentaban todas las posibilidades contenidas en él. El maestro lo felicitó por llegar correctamente a la mitad del camino, sin embargo, con una mirada dulce, lo invitó a quemar todos los borradores presentados con tanto orgullo.

- Lo primero a considerar es que debes ver las cosas sin la necesidad de cambiar la naturaleza misma de ellas –. Es verdad que todo contiene en si su verdadero significado, su razón de ser, pero cada una de estas es posible en un espacio particular y único en el tiempo, pero no al unísono. La razón, la belleza, el destino del bloque, ya se encontraba en él. Sólo por medio de la intuición de la mañana, del medio día y del anochecer, esta podía develarnos el sentido propio del bloque, en un solo momento particular. Al quemarlo el muchacho volvió a ver al bloque y sin necesidad de mayor esfuerzo, ante la luz del atardecer, logró ver a su maestro meditando al interior de este. A la mañana siguiente se maravilló con una nueva forma. Al medio día, en vez de ver una reproducción, observó que el sentido estaba en la sombra que este proyectaba, cobijándolo en la frescura de su negro manto que se esparcía a lo largo del pasto. Supo entonces que el bloque contenía todas las formas posibles y que la lógica sólo le permitía ver los usos ordinarios, ya fuesen estéticos o funcionales. Sin embargo ahora, la intuición le permitía ver cada día miles de maneras y formas diferentes que escapaban a su razón, a su esfuerzo por ver (y comprender) su razón de ser.

Se observaban tres funciones claras en cuanto a la posibilidad de dar sombra. Dar sombra al alba, al medio día y al atardecer. Luego, comprendiendo lo dicho anteriormente por su maestro, que cada cualidad posible se da en un momento determinado y no al unísono, se percató que la verdadera razón particular era la sombra. Así, no mezclaba las tres posibilidades de esta; la funcionalidad era una sola: “dar sombra”. ¡Esa era la naturaleza particular del bloque!... era más sencillo de lo esperado... era el huevo(n) de Colón, antes de poder pararlo.

A miles de kilómetros, en tiempos distintos, ambos jóvenes comprendían lo esencial a todo objeto, de todo ser (sí señores, la piedra es), la capacidad de mostrar su esencia, su razón primordial, sin más técnica que la simple intuición. Pero existía una diferencia... y es ese el punto al cual quiero llegar.

La gente común llega generalmente a manifestar su genio mediante el acto destructor de Miguel Angel. Una vez que han logrado dar con la forma intrínseca de la roca, se lanzan al descuartizamiento del bloque y ven nacer de este la más hermosa obra de arte. Desde ese momento se ha destruido toda nueva posibilidad de descubrir el sentido de este. (Definiéndolo y limitándolo a solo un aspecto del mismo). Cualquier otro intento tendría que nacer a partir de este nuevo objeto que ahora es la Obra de Arte; porque ya no es bloque, ya no es piedra, menos el mármol... es, simplemente, “el David”. Las personas, cuando buscan algo en la vida, generalmente actúan así. Al encontrarlo lo toman, lo violan y destruyen. Yo no deseo que mis amigos encuentren en mi el sentido de ser de nuestra amistad de dicha manera. Lo único que conseguirían es crear una simple y única visión de lo que soy, un concepto simple de los muchos que contengo en mi complejidad. Cuántas veces nos hemos visto en esa encrucijada de sentirnos que no nos conocen lo suficiente. Incluso los más cercanos, ya sean nuestros padres, hermanos de sangre o de la vida... incluyendo nuestras parejas. ¡Qué media naranja ni que nada! Me aburriría de ser la otra mitad de una esfera inmutable y perpetua, que irremediablemente tiende a marchitarse con las horas, los días, las semanas y la vida. Yo deseo ser pera, manzana, mango y durazno, para terminar siendo, al final de mis días, un higo seco, pegado a mi eterna rama compañera que siempre me sostuvo y a la cual endulcé su existencia, entregándole los aromas de mi carne. Y por qué ser la mitad de algo, si yo deseo dar la totalidad de mi ser a alguien, y si este es esa rama que me sostiene... ¡mejor!. Así, son dos seres diferentes que se requieren. ¡Eso es lo que deseo! Quiero que las personas no se queden con los convencionalismos al conocerme, deseo que me vean más allá de la primera y burda impresión y, en especial, no quiero que después de conocerme una vida se queden con una sola imagen de mi. Quiero que en esta vida y las siguientes sigan maravillándose con las virtudes nuevas de mi ser, con las fallas que irremediablemente son parte nuestra, con los olores y aromas, los triunfos y sobre todo con las derrotas, compartiendo el dolor para ser luego feliz, multiplicando ese sentimiento y hacerlo maravilloso[1]. Cómo quiero que me descubran... así. No deseo a una copia perfecta del genio de Miguel Angel que me destape, se enamore de mí y mantenga una eterna fijación sobre su escultura. Al pasar de los años se tornaría común, rutinario y pasaría a ser ya no más la belleza descubierta, sino más de lo mismo. Reconocería en mí cada golpe del cincel, más allá de la suavidad lograda. Empezaría luego a intentar develar en esa obra el lugar en donde se equivocó y que tan perfectamente ocultó, tras un pliegue o mediante el trazo de una vena que nunca existió (o concibió). Si fuese así, al igual que los guardias de la Catedral de Santa María del Fiore pasarían frente a mí sin ni siquiera voltear y dar un vistazo curioso. Sabría que estoy ahí, que me descubrió, que me amó y admiró, pero sería totalmente inútil recordar el momento que comencé a fastidiarlo, hasta el punto del total olvido.

Yo deseo a ese simple aprendiz, llevado por el ansia de descubrir, pero que es capaz de llegar al meollo de las cosas sin siquiera intentar moldear un poco la piedra, simplemente reconociendo día a día, en diferentes tiempos, cada una de sus cualidades. Quiero que ella me descubra así, sin tocar ni moldear, que me vea tosco y derrotado en un momento, pero con la sabiduría y paciencia de reconocer que al día siguiente los rayos del amanecer descubrirán en mi roca otro sentido que la pueda llevar a admirarme. Así, todos los días tendrá en la misma materia, en la misma esencia de un solo objeto, miles de posibilidades para amarme, odiarme y volverme a amar... con más fuerza y sabiduría al final de mis días (sus días). De esta manera, nunca se aburrirá de mí, porque esa persona intuitiva entenderá que aún con el último respiro sabré impresionarla con algo nuevo.

Al final si yo muero primero, con su brillantez, y alejada de todo tipo de convencionalismo cursi, sabrá esculpir las palabras precisas de mi lápida... y dirá de la siguiente manera:



“No dejen flores, llantos ni rezos.
Simplemente descubran sus cabezas,
quítense el vil (falso) sombrero y sonrían,
porque aquí yace la Boa que se comió al Elefante”[2].


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[1] -7 x -7 = +49.
[2] En caso contrario, la suya dirá:

“Espérame con té caliente en la sala
y una copa de brandy en la cama.
Cuentan que el Limbo es un poco helado."



“Dime, oh Dios, si mis ojos, realmente,
la fiel verdad de la belleza miran;
o si es que la belleza está en mi mente,
y mis ojos la ven doquier que giran”.
(Miguel Angel).
"Cada cosa tiene su belleza,
pero no todos pueden verla".
(Confucio).

El Solo, El Autor.
Febrero de 2009.

sábado, 21 de febrero de 2009

Circunstancias previas. Comienza...


Peumo, Abril de 1992.



Habían pasado unos días desde aquella noche en que las circunstancias lo habían atacado de manera tal que se convertirían en la antesala mediante la cual comenzaría ese triste recorrido que lo llevaría, años más tarde, a ser El Solo. Faltaban algunos días para su cumpleaños y por primera vez en su vida le importaba un carajo.

El recorrido hacia el colegio era largo en kilómetros, pero corto en tiempo. Debía trasladarse desde Peumo hacia San Vicente de Tagua Tagua, una distancia aproximada de 12.000 metros.[1]

Máximo bajó del bus y se topó con la cínica mirada de dolor de su ex. Sólo una palabra – Perdónamesólo una respuesta – No lo sé -. Ella atinó a abrazarlo, pero Máximo, tornándose escurridizo, giró su cuerpo y emprendió una corrida hacia el colegio. A medida que avanzaba sentía que parte de su humanidad quedaba atrás, para no volver más. Sabía que estaba perdiendo algo precioso, pero no atinaba a parar, solo a seguir.

Ese día fue tormentoso. Millones de preguntas para una sóla respuesta. –No lo sé -. ¿Pero qué pasó, qué te dijo, por qué te estaba esperando, por qué ese güeón, por qué no la mandaste a la mierda... que vai hacer?- y una sola respuesta para todas: - No lo sé -.

Se sentía mono expresivo. Ante todo sólo atinaba a decir -No lo sé - ¿Qué debía hacer? Durante el día sus amigos lo acompañaron en todo momento. Las preguntas se repetían al igual que la única repuesta. Era tanto el acecho que en ese momento empezó a experimentar el hastío social y el deseo de estar solo. El problema fue que el paso de estar a "ser solo” fue uno solo... aquel instate... ese momento.

Tomó lápiz y papel, y comenzó una de las más largas series de cartas que le escribiría a una persona. La primera tan solo era una breve misiva en donde pedía una explicación. Días después, la respuesta fue graciosamente tan breve como lo estaba siendo él con sus amigos: – No lo sé –.


Gyula Halász "Brassai" - Prostituta - 1933.




El Solo, 21 de febrero de 2009, aún existo, aún preciso ser.
No dejen mensajes, vuelvan a llamar.
Soy el que no cuelga; responde.
Soy... "El Solo".
Otra vez.

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[1] Trásformenlos en millas gringos de mierda. ¡A ver si les gusta la cosa a la inversa!...
* En fin, pueden dejar mensajes.